En el metro somos como
pequeñas marcas en un mapa sideral,
a veces, un guiño vuela de un asiento al otro
y se reparten silencios entre las estatuas
que fungen como espectadores,
una risa interrumpe la sinfonía
que componen los frenos y los rieles,
las sed nos desmorona y nos compone
y entonces sentimos de verdad
el amor del padre que sume a su hijo
en un regazo tan formidable,
que acrecenta la soledad de los parados...
alguien dice que la muerte acompaña al viajero
como la suerte abandona al casado,
así la suerte nos deja a todos,
avanzando ciegamente por el túnel.
¡Que amable resulta esta danza!
¡Que perfectos son los pasos
que damos y no sirven para llegar a ninguna parte!
Aquí abajo, la utopía se concreta,
a veces un insulto se acrecenta
y toma el matiz de un verso,
entonces la respiración nos arrulla
y miramos el tiempo
o los rostros
con un sentido desesperado
de urgencia,
la textura del momento
nos cubre como si fuera un manto.
El niño en el regazo de su padre despierta
y se rompen los guiños que se han
estado entrelazando,
la luz nos presenta,
como si se tratara de la muerte,
la última estación en el camino.