Esto lo dijo Julio Cortázar en la nota que viene en Los Premios, una novela anterior a la tantas veces recurrida Rayuela:
"...También quisiera decirle, tal vez curándome en salud, que no me movieron intenciones alegóricas y mucho menos éticas. Si hacia el final personaje alcanzaba a entreverse a sí mismo, mientras algún otro recae blandamente en lo que el orden bien establecido lo insta a ser, son ésos los juegos dialécticos cotidianos que cualquiera puede contemplar a su alrededor o en el espejo del baño, sin pensar por ello en la trascendencia."
Esto me pone a pensar en novelas como El gran vidrio y artefactos similares, donde la insistencia grotesca de simular un espejo (que Duchamp me perdone) se transforma en un artificio que demuestra que el escritor está obsesionado con transformar la literatura en un tipo de plástica donde pueda esconder que ya no tiene nada que decir.