Hay una hora del día,
en que todo tiene forma definida
y yo me preocupo tanto por ti
que mis manos se contraen
sobre la mesa
y mis piernas tiemblan
como lápices sin punta.
A esa hora
en que la luz se difumina
y los árboles se acercan
a mirarme que te pienso
todo se dilata
y te olvido.
Podría construir ahora mismo
con un ramo de centellas
una linea que se alargue
desde el marco de tus ojos
hasta el sur de mis pestañas.
Pero es la hora de ya no ver
más allá de mis narices
necesito un hálito de luz
que te traiga hasta mi entonces.