17 días llevaba increpado en el bosque, la gente lo llamaba Rambo y Zapatista. Un día se subió al cerro y sin más se puso a dispararle a todo aquel que se atreviera a dar más de quince pasos a partir del gran abeto. Muchos intentaron disuadirle, trajeron a sus amigos y a uno que otro enamorado español que no entendía nada de lo que pasaba pero sin duda le parecía pintoresco. La gente dice que marco los árboles, uno por uno, con toda calma, usaba letras y adjetivos que concurrieran en juegos de palabras mucho más inteligentes que los forenses que los fotografiaron en desorden algunos años después. Nadie sabe provisiones para cuántos días llevaba, ni cuántas armas tenía a su disposición, algunos decían que simplemente estaba loco y joto, como si las dos fueran cosas que van en paquete o fueran incapaces de entender la segunda, más que la primera.
Yo creo que estaba solo y cansado, harto de pararse día con día para reproducirse a si mismo frente a los demás, por otro lado yo tampoco sé nada, cuándo yo nací ya había incenciado el bosque consigo adentro. Una señora que vende pepitas en el mercado del pueblo dice que lo escuchó gritar: Mi voz quemadura, mi bosque madura... para después sumergirse en los alaridos y el crepitar de las hojas de una noche de otoño.